miércoles, 19 de agosto de 2015

“Venid al banquete de bodas” Evangelio según San Mateo 22,1-14.


Libro de los Jueces 11,29-39a. 

El espíritu del Señor descendió sobre Jefté, y este recorrió Galaad y Manasés, pasó por Mispá de Galaad y desde allí avanzó hasta el país de los amonitas. 
Entonces hizo al Señor el siguiente voto: "Si entregas a los amonitas en mis manos, 
el primero que salga de la puerta de mi casa a recibirme, cuando yo vuelva victorioso, pertenecerá al Señor y lo ofreceré en holocausto". 
Luego atacó a los amonitas, y el Señor los entregó en sus manos. 
Jefté los derrotó, desde Aroer hasta cerca de Minit - eran en total veinte ciudades - y hasta Abel Queramím. Les infligió una gran derrota, y así los amonitas quedaron sometidos a los israelitas. 
Cuando Jefté regresó a su casa, en Mispá, le salió al encuentro su hija, bailando al son de panderetas. Era su única hija; fuera de ella, Jefté no tenía hijos ni hijas. 
Al verla, rasgó sus vestiduras y exclamó: "¡Hija mía, me has destrozado! ¿Tenías que ser tú la causa de mi desgracia? Yo hice una promesa al Señor, y ahora no puedo retractarme". 
Ella le respondió: "Padre, si has prometido algo al Señor, tienes que hacer conmigo lo que prometiste, ya que el Señor te ha permitido vengarte de tus enemigos, los amonitas". 
Después añadió: "Sólo te pido un favor: dame un plazo de dos meses para ir por las montañas a llorar con mis amigas por no haber tenido hijos". 
Su padre le respondió: "Puedes hacerlo". Ella se fue a las montañas con sus amigas, y se lamentó por haber quedado virgen. 
Al cabo de los dos meses regresó, y su padre cumplió con ella el voto que había hecho. La joven no había tenido relaciones con ningún hombre. De allí procede una costumbre, que se hizo común en Israel: 



Salmo 40(39),5.7-8a.8b-9.10.
¡Feliz el que pone en el Señor 
toda su confianza, 
y no se vuelve hacia los rebeldes 
que se extravían tras la mentira!

Tú no quisiste víctima ni oblación; 
pero me diste un oído atento; 
no pediste holocaustos ni sacrificios,
entonces dije: “Aquí estoy.


«En el libro de la Ley está escrito 
lo que tengo que hacer: 
yo amo, Dios mío, tu voluntad, 

y tu ley está en mi corazón».
Proclamé gozosamente tu justicia 
en la gran asamblea; 
no, no mantuve cerrados mis labios, 

Tú lo sabes, Señor.






Evangelio según San Mateo 22,1-14.

Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: 
El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. 
Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir. 
De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: 'Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas'. 
Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; 
y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. 
Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. 
Luego dijo a sus servidores: 'El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. 
Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren'. 
Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. 
Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. 
'Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?'. El otro permaneció en silencio. 
Entonces el rey dijo a los guardias: 'Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes'. 
Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos.

“Venid al banquete de bodas”

    Las mujeres no están tan íntimamente unidas a sus maridos como lo está la Iglesia al Hijo de Dios. ¿Qué esposo, si no es Nuestro Señor, ha muerto jamás por su esposa, y qué esposa hay que haya jamás escogido a un esposo crucificado? ¿Quién ha hecho jamás el regalo de su sangre a su esposa, sino el que ha muerto en la cruz y sellado su unión nupcial con sus heridas? ¿Quién ha visto alguna vez muerto, yaciendo en el banquete de bodas y a su lado la esposa que le abraza para ser consolada? ¿En qué otra fiesta, en qué otro banquete, se ha distribuido a los invitados, bajo la forma de pan, el cuerpo del esposo? 

    La muerte separa  a  las esposas de sus maridos, pero aquí une la Esposa a su Amado. Él ha muerto en la cruz, ha dejado su cuerpo a su gloriosa Esposa, y ahora, cada día, a su mesa, ella toma su alimento… Se alimenta bajo la forma de pan que come y bajo la forma de vino que bebe, para que el mundo reconozca que ya no son dos, sino uno solo.


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