viernes, 21 de agosto de 2015

“Este es el primer mandamiento y el más importante.” Evangelio según San Mateo 22,34-40.




Libro de Rut 1,1.3-6.14b-16.22. 

Durante el tiempo de los Jueces hubo una gran sequía en el país, y un hombre de Belén de Judá emigró a los campos de Moab, con su mujer y sus dos hijos. 
Al morir Elimélec, el esposo de Noemí, ella se quedó con sus hijos. 
Estos se casaron con mujeres moabitas - una se llamaba Orpá y la otra Rut - y así vivieron unos diez años. 
Pero también murieron Majlón y Quilión, y Noemí se quedó sola, sin hijos y sin esposo. 
Entonces se decidió a volver junto con sus nueras, abandonando los campos de Moab, porque se enteró de que el Señor había visitado a su pueblo y le había proporcionado alimento. 
Ellas volvieron a prorrumpir en sollozos, pero al fin Orpá despidió a su suegra con un beso, mientras que Rut se quedó a su lado. 
Noemí le dijo: "Mira, tu cuñada regresa a su pueblo y a sus dioses; regresa tú también con ella". 
Pero Rut le respondió: "No insistas en que te abandone y me vuelva, porque yo iré adonde tú vayas y viviré donde tú vivas. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. 
Así regresó Noemí con su nuera, la moabita Rut, la que había venido de los campos de Moab. Cuando llegaron a Belén, comenzaba la cosecha de la cebada. 



Salmo 146(145),5-6.7.8-9a.9bc-10. 

Feliz el que se apoya en el Dios de Jacob 
y pone su esperanza en el Señor, su Dios:
él hizo el cielo y la tierra, 
el mar y todo lo que hay en ellos. 

Él mantiene su fidelidad para siempre,
hace justicia a los oprimidos 
y da pan a los hambrientos. 

El Señor libera a los cautivos,
abre los ojos de los ciegos 
y endereza a los que están encorvados 
el Señor ama a los justos.

El Señor protege a los extranjeros
y sustenta al huérfano y a la viuda;
y entorpece el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente, 
reina tu Dios, Sión, 
a lo largo de las generaciones.



Evangelio según San Mateo 22,34-40. 

Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con Él, 
y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: 
"Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?". 
Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. 
Este es el más grande y el primer mandamiento. 
El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 
De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas". 

“Este es el primer mandamiento y el más importante.” 

    Hemos recibido el precepto de amar al prójimo como a nosotros mismos. Pero Dios ¿no nos ha dado también una disposición natural para cumplirlo?... No hay nada más conforme a nuestra naturaleza que vivir unidos, buscarnos mutuamente y amar a nuestros semejantes. El Señor pide, pues, los frutos de la semilla que ya había puesto en nuestro interior, cuando dice: “Os doy un mandamiento nuevo: Amaos los unos a los otros.” (Jn 13,34)

    Con el fin de animar nuestro corazón a cumplir este precepto, no ha querido que se viera el distintivo de sus discípulos en prodigios u obras extraordinarias, aunque ellos recibieran el poder de realizarlos por el don del Espíritu Santo. Al contrario, dice: “Por el amor que os tengáis los unos a los otros reconocerán todos que sois discípulos míos.” (Jn 13,35) Une los dos mandamientos de tal manera que considera que la buena obra que se hace al prójimo es como si se la hiciera a él. “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber...Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis.” (cf Mt 25,35-40)

    La observancia del primer mandamiento encierra también la observancia del segundo y por el segundo vuelve al primero. Aquel que ama a Dios amará, por consiguiente, a su prójimo: “El que me ama, se mantendrá fiel a mis palabras.” (Jn 14,23) “Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros, como yo os he amado.” (Jn 15,12) Os lo repito: quien ama a su prójimo cumple con su deber de amar a Dios, porque Dios considera este amor como referido a él.



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