domingo, 13 de septiembre de 2015

«Que me siga» Evangelio según San Marcos 8,27-35.



Libro de Isaías 50,5-9a.

El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás.
Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían.
Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.
Está cerca el que me hace justicia: ¿quién me va a procesar? ¡Comparezcamos todos juntos! ¿Quién será mi adversario en el juicio? ¡Que se acerque hasta mí!
Sí, el Señor viene en mi ayuda: ¿quién me va a condenar?



Salmo 116(114),1-2.3-4.5-6.8-9.

Amo al Señor, porque él escucha
el clamor de mi súplica,
porque inclina su oído hacia mí,
cuando yo lo invoco.

Los lazos de la muerte me envolvieron,
me alcanzaron las redes del Abismo,
caí en la angustia y la tristeza;
entonces invoqué al Señor:

“¡Por favor, sálvame la vida!”.
El Señor es justo y bondadoso,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor protege a los sencillos:

yo estaba en la miseria y me salvó.
Él libró mi vida de la muerte,
mis ojos de las lágrimas y mis pies de la caída.
Yo caminaré en la presencia del Señor,

en la tierra de los vivientes.



Epístola de Santiago 2,14-18.

¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo?
¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario,
les dice: "Vayan en paz, caliéntense y coman", y no les da lo que necesitan para su cuerpo?
Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta.
Sin embargo, alguien puede objetar: "Uno tiene la fe y otro, las obras". A ese habría que responderle: "Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe"



Evangelio según San Marcos 8,27-35. 

Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?".
Ellos le respondieron: "Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas".
"Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro respondió: "Tú eres el Mesías".
Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él.
Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días;
y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo.
Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres".
Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará.

«Que me siga»

    Cuando el Señor nos dice en el Evangelio: « Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo », nos parece que nos manda una cosa difícil y consideramos que nos impone un yugo pesado. Pero, si el que nos manda es el mismo que nos ayuda a cumplir su mandato, eso ya no es difícil...

    ¿Adónde debemos seguir a Cristo sino allá donde Él se ha ido? Ahora bien, sabemos que Él ha resucitado y ha subido al cielo: es allí donde debemos seguirle. Es necesario, ciertamente, que no nos dejemos invadir por la desesperación, porque, si bien es cierto que no podemos nada por nosotros mismos, tenemos la promesa de Cristo. El cielo estaba muy lejos de nosotros antes que nuestra Cabeza subiera hasta él. En adelante, si somos los miembros de esta Cabeza (Col 1,18) ¿por qué desesperar de poder llegar al cielo? Si es cierto que en esta tierra estamos agobiados por tantas inquietudes y sufrimientos, sigamos a Cristo en quien encontramos la felicidad perfecta, la paz suprema y la tranquilidad eterna.

    Más,el hombre que desea seguir a Cristo, escuchará estas palabras del apóstol Juan: « Quien declara permanecer en Cristo debe él mismo seguir el mismo camino que Jesús ha seguido » (1Jn 2,6). ¿Quieres seguir a Cristo? Sé humilde tal como Él lo ha sido. ¿Quieres unirte a Él en las alturas? No menosprecies su humillación bajándose hasta nosotros.





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