domingo, 11 de octubre de 2015

"Una sola cosa te falta" Evangelio según San Marcos 10,17-30.



Libro de la Sabiduría 7,7-11.

Por eso oré, y me fue dada la prudencia, supliqué, y descendió sobre mí el espíritu de la Sabiduría.
La preferí a los cetros y a los tronos, y tuve por nada las riquezas en comparación con ella.
No la igualé a la piedra más preciosa, porque todo el oro, comparado con ella, es un poco de arena; y la plata, a su lado, será considerada como barro.
La amé más que a la salud y a la hermosura, y la quise más que a la luz del día, porque su resplandor no tiene ocaso.
Junto con ella me vinieron todos los bienes, y ella tenía en sus manos una riqueza incalculable.



Salmo 90(89),12-13.14-15.16-17.

Enséñanos a calcular nuestros años,
para que nuestro corazón alcance la sabiduría.
¡Vuélvete, Señor! ¿Hasta cuándo...?
Ten compasión de tus servidores.

Sácianos en seguida con tu amor,
y cantaremos felices toda nuestra vida.
Alégranos por los días en que nos afligiste,
por los años en que soportamos la desgracia.

Que tu obra se manifieste a tus servidores,
y que tu esplendor esté sobre tus hijos.
Que descienda hasta nosotros
la bondad del Señor;

que el Señor, nuestro Dios,
haga prosperar la obra de nuestras manos.



Carta a los Hebreos 4,12-13.

Hermanos:
La Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.
Ninguna cosa creada escapa a su vista, sino que todo está desnudo y descubierto a los ojos de aquel a quien debemos rendir cuentas.



Evangelio según San Marcos 10,17-30.

Cuando Jesús se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?".
Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.
Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre".
El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud".
Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme".
El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!".
Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: "Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!.
Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios".
Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?".
Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible".
Pedro le dijo: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido".
Jesús respondió: "Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia,
desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y, campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna.

"Una sola cosa te falta"

    Hay una riqueza que es la muerte para todo aquello que ella domina: liberaros de ella y vosotros seréis salvados. Purificad vuestra alma, rendidla para poder entender la llamada del Señor que os repite: "¡Ven y sígueme!" Es la voz que hace caminar tras ella a quien tiene el corazón puro: la gracia de Dios resbala en un alma repleta y desgarrada por una multitud de posesiones.

    Los que miran su fortuna, su oro su plata, sus casas, como dones de Dios, estos por testimoniar a Dios su reconocimiento ayudaran a los pobres con sus bienes. El sabe que lo que posee pertenece mas a sus hermanos que a él mismo; el dueño de su riqueza lo convertirán en esclavo. El no las encierra en su alma, porque no encierra su vida  en ellas, pero el persigue sin cansarse una obra toda divina. Y si un día su fortuna se pierde, el acepta su ruina con un corazón libre. A este hombre, Dios lo declara bienaventurado, lo llama  “pobre en el espíritu” heredero seguro del Reino de los Cielos (Mt,53)...

    Hay, por el contrario, quien acumula su riqueza en su corazón, en la morada del Santo Espíritu. La guarda en sus tierras; el acumula sin fin su fortuna, y no se  inquieta mas que por amontonar mas todos los días; no eleva jamás los ojos al cielo; se embota en lo temporal, puesto que el viene del polvo y retornará al polvo (Gn3,19) ¿Cómo puede el probar el deseo del Reino, el que, en la morada del corazón, lleva un campo o una mina, a el que la muerte le sorprenderá fatalmente en medio de sus pasiones? “ Porque donde está tu tesoro, allí también está tu corazón” (Mt 6,21)





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