lunes, 19 de octubre de 2015

«¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha»

Carta de San Pablo a los Romanos 4,20-25. 

El no dudó de la promesa de Dios, por falta de fe, sino al contrario, fortalecido por esa fe, glorificó a Dios, plenamente convencido de que Dios tiene poder para cumplir lo que promete.
Por eso, la fe le fue tenida en cuenta para su justificación.
Pero cuando dice la Escritura: Dios tuvo en cuenta su fe, no se refiere únicamente a Abraham, sino también a nosotros, que tenemos fe en aquel que resucitó a nuestro Señor Jesús,
el cual fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación.



Evangelio según San Lucas 1,69-70.71-72.73-75. 

Nos ha dado un poderoso Salvador
en la casa de David, su servidor,
como lo había anunciado mucho tiempo antes
por boca de sus santos profetas.

Para salvarnos de nuestros enemigos
y de las manos de todos los que nos odian.
Así tuvo misericordia de nuestros padres
y se acordó de su santa Alianza,

Se acordó del juramento que hizo a nuestro padre Abraham
de concedernos que, libres de temor,
arrancados de las manos de nuestros enemigos,
lo sirvamos en santidad y justicia
bajo su mirada, durante toda nuestra vida.





Evangelio según San Lucas 12,13-21. 

En aquel tiempo:
Uno de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia".
Jesús le respondió: "Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?".
Después les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas".
Les dijo entonces una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho,
y se preguntaba a sí mismo: '¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha'.
Después pensó: 'Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes,
y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida'.
Pero Dios le dijo: 'Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?'.
Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios".

«¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha»

     «¿Qué haré?» Había una respuesta muy rápida: «Saciaré las almas de los hambrientos; abriré mis graneros e invitaré a todos los que están en necesidad... Haré que escuchen una palabra generosa: Todos los que estáis faltos de pan, venid a mí; cada uno según su necesidad, tomad la parte de los dones que Dios nos ha concedido y que fluyen como de una fuente pública». ¡Pero tú, hombre rico insensato, estás muy lejos de ello! ¿Por qué razón? Celoso de ver a los demás gozar de sus riquezas, te entregas a cálculos miserables, te inquietas por saber no cómo distribuir a cada uno lo indispensable, sino cómo recoger todo el conjunto y así privar a los demás de la ganancia que podían sacar de ello...

     Y vosotros, hermanos míos, ¡poned atención para no llegar a la misma suerte que este hombre! Si la Escritura nos ofrece este ejemplo es para que evitemos el comportarnos de modo semejante. Imita la tierra: como ella, da frutos y no te comportes de manera más mala que ella, la cual, sin embargo, está desprovista de alma. La tierra da su cosecha no para gozar de ella, sino para hacerte un servicio a ti. Por el contrario, todo el fruto de tu benevolencia, lo recoges para ti mismo, puesto que las gracias de las que nacen las obras buenas retornan a los dispensadores de las mismas. Has dado al que tenía hambre y eso que has dado sigue siendo tuyo e incluso te puede volver aumentado. Así como el grano de trigo que cae en tierra aprovecha a aquel que lo ha sembrado, el pan dado al que tiene hambre será más tarde para ti un provecho mucho mayor. Que el fin de tus trabajos sea para ti el comienzo de la siembra en el cielo.



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