sábado, 1 de agosto de 2015

«¿No es éste el hijo de José?» Salmo 119(118),97.98.99.100.101.102


Salmo 119(118),97.98.99.100.101.102. 

¡Cuánto amo tu Ley! 
todo el día la medito!

Tus mandamientos me hacen más sabio que mis enemigos, 
porque siempre me acompañan.

Soy más prudente que todos mis maestros, 
porque siempre medito tus prescripciones.

Soy más inteligente que los ancianos, 
porque observo tus preceptos.

Yo aparto mis pies del mal camino, 
para cumplir tu palabra.

No me separo de tus juicios, 
porque eres tú el que me enseñas.



«¿No es éste el hijo de José?»

Sabes muy bien cómo el Señor Jesús empezó por hacer antes que en enseñar. Más adelante diría: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). Y eso quiso primero, practicarlo él realmente, sin ficción. Lo hizo de todo corazón, igual que de todo corazón y en verdad era humilde y manso. En él no había simulación (cf 2C 1,19). Se adentró tan profundamente en la humildad y el menosprecio y la abyección, de tal manera se anonadó a los ojos de todos que, cuando se puso a predicar y anunciar las maravillas de Dios y hacer milagros y cosas admirables, no era estimado sino que se le desdeñó y se burlaban de él diciendo: “¿No es éste el hijo del carpintero?” y otras frases semejantes. Es así como se verificó la frase que después diría el apóstol Pablo: “Se anonadó a si mismo tomando la condición de esclavo” (Flp 2,7), no sólo como un servidor ordinario por la encarnación, sino la de un servidor cualquiera a través de una vida humilde y despreciable.




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