lunes, 10 de agosto de 2015

La oveja perdida, Evangelio según San Mateo 18,1-5.10.12-14.




Deuteronomio 31,1-8. 

Moisés fue a decir estas palabras a todo Israel: 
"Ya tengo ciento veinte años. En adelante no podré ejercer ninguna actividad; además, el Señor me dijo: 'Tu no pasarás el Jordán'. 
El Señor, tu Dios, es el que cruzará delante de ti; él eliminará de tu presencia a todas esas naciones, y tú las desposeerás de sus dominios. Será Josué el que cruzará al frente de ti, como el Señor lo ha ordenado. 
El Señor tratará a esas naciones como trató a Sijón y a Og - los reyes amorreos - y a sus países, cuando los destruyó por completo. 
El las pondrá en tus manos, y entonces ustedes deberán comportarse con ellas conforme a la orden que les di. 
¡Sean fuertes y valientes! No tengan miedo ni tiemblen ante ellas. Porque el Señor, tu Dios, te acompaña, y él no te abandonará ni te dejará desamparado". 
Después Moisés llamó a Josué y le dijo en presencia de todo Israel: "Sé fuerte y valiente. Tú irás con este pueblo hasta la tierra que el Señor les dará porque así lo juró a sus padres, y tú los pondrás en posesión de ella. 
El Señor irá delante de ti, él estará contigo y no te abandonará ni te dejará desamparado. No temas ni te acobardes". 



Deuteronomio 32,3-4a.7.8.9.12. 

Yo voy a proclamar el nombre del Señor:
¡den gloria a nuestro Dios!
Él es la Roca: su obra es perfecta,

Acuérdate de los días lejanos,
considera las épocas pasadas;
pregúntale a tu padre, y él te informará,

a los ancianos, y ellos te lo dirán:
Cuando el Altísimo dio una herencia a cada nación,
cuando distribuyó a los hombres,

él fijó las fronteras de los pueblos
según el número de los hijos de Dios.
Pero la parte del Señor es su pueblo,

la porción de su herencia es Jacob.
El Señor solo lo condujo,
no había a su lado ningún dios extranjero.






Evangelio según San Mateo 18,1-5.10.12-14.

En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: "¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?". 
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos 
y dijo: "Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. 
Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos. 
El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo. 
Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial." 
¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió? 
Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron. 
De la misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños."

La oveja perdida

    Señor Jesucristo, Dios nuestro, yo tengo un corazón que te busca con inquietud, ni arrepentido, ni lleno de ternura por ti, ni nada de eso que hace volver a los hijos a su heredad. Maestro, yo no tengo lágrimas para orarte. Mi espíritu está en tinieblas a causa de las cosas de esta vida y, en su dolor, no tiene la fuerza necesaria para tender hacia ti. Mi corazón está frío en las pruebas, y las lágrimas de amor por ti no pueden calentarlo. Pero tú, Señor Jesucristo, mi Dios, tesoro de todos los bienes, dame un arrepentimiento total y un corazón apenado, para que, con toda mi alma salga en tu búsqueda, porque sin ti estaré privado de todo bien; oh, Dios bueno, dame tu gracia. Que el Padre que, fuera del tiempo, en la eternidad, te engendra en su seno, renueve en mí las formas de tu imagen.

    Yo te he abandonado; tú no me abandones. Yo he marchado de ti; sal tú a buscarme. Condúceme hasta tu pradera; cuéntame entre las ovejas de tu rebaño preferido. Con ellas aliméntame con la hierba verde de tus misterios divinos que moran en el corazón puro, este corazón que lleva en sí mismo el esplendor de tus revelaciones, la consolación y la dulzura de los que se han esforzado por ti en los tormentos y ultrajes. Que nosotros podamos ser dignos de un tal esplendor, por tu gracia y amor hacia el hombre, tú, nuestro Salvador Jesucristo, por los siglos de los siglos. Amén.



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