jueves, 9 de julio de 2015

«Que vuestra paz venga sobre ella» Evangelio según San Mateo 10,7-15.

Libro de Génesis 44,18-21.23b-29.45,1-5.
Judá se acercó para decirle: "Permite, señor, que tu servidor diga una palabra en tu presencia, sin impacientarte conmigo, ya que tú y el Faraón son una misma cosa.
Tú nos preguntaste si nuestro padre vivía aún y si teníamos otro hermano.
Nosotros te respondimos: Tenemos un padre que ya es anciano, y un hermano menor, hijo de su vejez. El hermano de este último murió, y él es el único hijo de la madre de estos dos que ha quedado vivo; por eso nuestro padre siente por él un afecto muy especial.
Tú nos dijiste: "Tráiganlo aquí, porque lo quiero conocer".
tú nos volviste a insistir: "Si no viene con ustedes su hermano menor, no serán admitidos nuevamente en mi presencia".
Cuando regresamos a la casa de nuestro padre, tu servidor, le repetimos tus mismas palabras.
Pero un tiempo después, nuestro padre nos dijo: "Vayan otra vez a comprar algunos víveres".
Nosotros respondimos: "Así no podemos ir. Lo haremos únicamente si nuestro hermano menor viene con nosotros, porque si él no nos acompaña, no podemos comparecer delante de aquel hombre".
Nuestro padre, tu servidor, nos respondió: "Ustedes saben muy bien que mi esposa predilecta me dio dos hijos.
Uno se fue de mi lado; yo tuve que reconocer que las fieras lo habían despedazado, y no volví a verlo más.
Si ahora ustedes me quitan también a este, y le sucede una desgracia, me harán bajar a la tumba lleno de aflicción".
José ya no podía contener su emoción en presencia de la gente que lo asistía, y exclamó: "Hagan salir de aquí a toda la gente". Así, nadie permaneció con él mientras se daba a conocer a sus hermanos.
Sin embargo, los sollozos eran tan fuertes que los oyeron los egipcios, y la noticia llegó hasta el palacio del Faraón.
José dijo a sus hermanos: "Yo soy José. ¿Es verdad que mi padre vive todavía?". Pero ellos no pudieron responderle, porque al verlo se habían quedado pasmados.
Entonces José volvió a decir a sus hermanos: "Acérquense un poco más". Y cuando ellos se acercaron, añadió: "Sí, yo soy José, el hermano de ustedes, el mismo que vendieron a los egipcios.
Ahora no se aflijan ni sientan remordimiento por haberme vendido. En realidad, ha sido Dios el que me envió aquí delante de ustedes para preservarles la vida.



Salmo 105(104),16-17.18-19.20-21. 
Él provocó una gran sequía en el país
y agotó todas las provisiones.
Pero antes envió a un hombre,
a José, que fue vendido como esclavo.

Le ataron los pies con grillos
y el hierro oprimió su garganta,
hasta que se cumplió lo que él predijo,
y la palabra del Señor lo acreditó.

El rey ordenó que lo soltaran,
el soberano de pueblos lo puso en libertad;
lo nombró señor de su palacio
y administrador de todos sus bienes,





Evangelio según San Mateo 10,7-15. 
Jesús dijo a sus apóstoles:
Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca.
Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente."
No lleven encima oro ni plata, ni monedas,
ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento.
Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir.
Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella.
Si esa casa lo merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva a ustedes.
Y si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras, al irse de esa casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de sus pies.
Les aseguro que, en el día del Juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas menos rigurosamente que esa ciudad.

«Que vuestra paz venga sobre ella»

    El Espíritu Santo no ha dado esta advertencia: «¿Quién es el hombre que ama la vida y desea gozar de días felices? Guarda tu lengua del mal, y tus labios de palabras mentirosas. Busca la paz y persíguela» (Sl 34 [33],13-15) El hijo de paz debe buscar y perseguir la paz, el que conoce y ama el vínculo de la caridad debe guardar su lengua del pecado de discordia. Entre sus prescripciones divinas y sus mandamientos de salvación, el Señor, la noche de su Pasión, añadió esto: «Esta es mi paz que os doy, esta es mi paz que os dejo» (Jn 14, 27)  Semejante es la herencia que nos ha legado: todos los dones, todas las recompensas, nos ha abierto la perspectiva, la de conservar la paz que él ha ligado a la promesa. Si somos herederos de Cristo, permanezcamos en la paz de Cristo. Si somos hijos de Dios, debemos ser pacíficos: «Dichosos los artesanos de la paz,  ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5, 9) El ha hecho que los hijos de Dios sean pacíficos, dulces de corazón, sencillos de palabras, en perfecto acuerdo en el amor, unidos fielmente por los lazos del pensamiento unánime.

    Esta unanimidad era desde antaño bajo los Apóstoles. (Ac 4,32) Es así que la novedad en el pueblo creyente, fiel a las prescripciones del Señor, mantiene la caridad. De la eficacia de sus oraciones: ellos podrán ser seguros los que obtendrían esto que la misericordia de Dios les pedía.



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