sábado, 13 de junio de 2015

Evangelio según San Lucas 2,41-51. «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,27)



Libro de Isaías 61,9-11. 
La descendencia de mi pueblo será conocida entre las naciones, y sus vástagos, en medio de los pueblos: todos los que los vean, reconocerán que son la estirpe bendecida por el Señor.
Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios. Porque él me vistió con las vestiduras de la salvación y me envolvió con el manto de la justicia, como un esposo que se ajusta la diadema y como una esposa que se adorna con sus joyas.
Porque así como la tierra da sus brotes y un jardín hace germinar lo sembrado, así el Señor hará germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones.



Primer Libro de Samuel 2,1.4-5.6-7.8abcd.
Mi corazón se regocija en el Señor,
tengo la frente erguida gracias a mi Dios.
Mi boca se ríe de mis enemigos,
porque tu salvación me ha llenado de alegría.

El arco de los valientes se ha quebrado,
y los vacilantes se ciñen de vigor;
los satisfechos se contratan por un pedazo de pan,
y los hambrientos dejan de fatigarse;
la mujer estéril da a luz siete veces,
y la madre de muchos hijos se marchita.

El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el Abismo y levanta de él.
El Señor da la pobreza y la riqueza,
humilla y también enaltece.

El levanta del polvo al desvalido
y alza al pobre de la miseria,
para hacerlos sentar con los príncipes
y darles en herencia un trono de gloria.





Evangelio según San Lucas 2,41-51. 
Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua.
Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre,
y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta.
Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos.
Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas.
Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados".
Jesús les respondió: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?".
Ellos no entendieron lo que les decía.
El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón.

«Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,27)

    Esforcémonos para amar al Señor con el corazón de la Inmaculada, de recibirlo con su corazón, de alabarle con las actitudes de ella, de reparar, agradecer, aunque no lo comprendamos y, sin embargo, es la realidad. Es a través de su corazón, de sus actitudes que alabamos al Señor Jesús. Si verdaderamente es ella quien ama y glorifica a Jesús a través nuestro, es que somos sus instrumentos.

    Ella sola nos va a enseñar cómo amar al Señor Jesús mucho mejor, sin comparación, que todos los libros y todos los maestros. Ella nos enseña a amarle tal como ella le ama. Y todo nuestro esfuerzo debe tender a que sea ella sola, con nuestro corazón, la que ame al Señor Jesús.

    Sólo el alma poseída por el amor de Dios saca de ella todo lo que le estorba. Todo se concentra en el amor de Dios. Y ahora ¡quién ama más a Jesús pobre y crucificado, en el pesebre, que la Madre santísima! Nadie en el mundo, ni tan sólo entre los ángeles ama ni ha amado tan ardientemente al Señor Jesús como la Madre de Dios... La Inmaculada es el desarrollo total del amor divino en nuestras almas y el medio para acercarnos al corazón de Jesús.





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