martes, 14 de abril de 2015

Evangelio Comentado, «Para que todo el que crea en él tenga vida eterna» Juan 3,7b-15.

Libro de los Hechos de los Apóstoles 4,32-37. 
La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos. 
Los Apóstoles daban testimonio con mucho poder de la resurrección del Señor Jesús y gozaban de gran estima. 
Ninguno padecía necesidad, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían 
y ponían el dinero a disposición de los Apóstoles, para que se distribuyera a cada uno según sus necesidades. 
Y así José, llamado por los Apóstoles Bernabé -que quiere decir hijo del consuelo- un levita nacido en Chipre 
que poseía un campo, lo vendió, y puso el dinero a disposición de los Apóstoles. 



Salmo 93(92),1ab.1c-2.5. 
¡Reina el Señor, revestido de majestad! 
El Señor se ha revestido,
se ha ceñido de poder.
Tu trono está firme desde siempre, 

tú existes desde la eternidad.
Tus testimonios, Señor, son dignos de fe, 
la santidad embellece tu Casa 
a lo largo de los tiempos. 




Evangelio según San Juan 3,7b-15. 
Jesús dijo a Nicodemo: 'Ustedes tienen que renacer de lo alto'. 
El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu".
"¿Cómo es posible todo esto?", le volvió a preguntar Nicodemo. 
Jesús le respondió: "¿Tú, que eres maestro en Israel, no sabes estas cosas? 
Te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. 
Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo? 
Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. 
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, 
para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. 

«Para que todo el que crea en él tenga vida eterna»

     La figura es una manera de exponer, por imitación, las cosas que esperamos. Por ejemplo, Adán es la prefiguración del Adán que había de venir (1C 15,45) y la piedra [en el desierto durante el Éxodo] es la prefiguración de Cristo; el agua que sale de la piedra es figura del poder vivificante del Verbo (Ex 17,6; 1C 10,4), porque dijo: «El que tenga sed que venga a mí y beba» (Jn 7,37). El maná es la prefiguración del «pan vivo bajado del cielo» (Jn 6,51); y la serpiente colocada en lo alto de una asta es figura de la Pasión, de nuestra salvación consumada sobre la cruz, puesto que los que la miraran quedarían salvados (Nm 21,9). De la misma manera, lo que dice la Escritura de los Israelitas saliendo de Egipto, ha sido narrado como una prefiguración de los que se salvarían por el bautismo; porque los primeros nacidos de los Israelitas fueron salvados... por la gracia concedida a los que habían sido señalados con la sangre del cordero pascual y esta sangre prefiguraba la sangre de Cristo... 

     En cuanto al mar y a la nube (Ex 14), que en aquel entonces condujeron a la fe por la admiración, en el futuro figurarían la gracia que ha de venir. «El que sea sabio, que recoja estos hechos y comprenda la misericordia del Señor» (Sl 106,43). Comprenderá que el mar, que prefiguraba el bautismo, separaba del Faraón de la misma manera que el bautismo nos hace escapar de la tiranía del diablo. Antiguamente el mar ahogó al enemigo; hoy hace morir la enemistad que nos separa de Dios. El pueblo salió del mar sano y salvo; y nosotros salimos de las aguas como devueltos a la vida los salimos de entre los muertos, salvados por la gracia de Aquel que nos ha llamado. En cuanto a la nube, era la sombra del don del Espíritu, que refrigeraba nuestros miembros apagando la llama de las pasiones.





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