domingo, 26 de abril de 2015

Evangelio Comentado,"«El buen pastor da la vida por las ovejas»" Juan 10,11-18.

Libro de los Hechos de los Apóstoles 4,8-12. 
En aquellos días: 
Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: "Jefes del pueblo y ancianos, 
ya que hoy se nos pide cuenta del bien que hicimos a un enfermo y de cómo fue curado, 
sepan ustedes y todo el pueblo de Israel: este hombre está aquí sano delante de ustedes por el nombre de nuestro Señor Jesucristo de Nazaret, al que ustedes crucificaron y Dios resucitó de entre los muertos. 
El es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular. 
Porque no existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos salvarnos". 



Salmo 118(117),1.8-9.21-23.26.28.29. 
¡Den gracias al Señor, porque es bueno, 
porque es eterno su amor!
Es mejor refugiarse en el Señor 
que fiarse de los hombres;
es mejor refugiarse en el Señor 
que fiarse de los poderosos.

Yo te doy gracias porque me escuchaste 
y fuiste mi salvación.
La piedra que desecharon los constructores 
es ahora la piedra angular.
Esto ha sido hecho por el Señor 
y es admirable a nuestros ojos.

¡Bendito el que viene en nombre del Señor! 
Nosotros los bendecimos desde la Casa del Señor: 
Tú eres mi Dios, y yo te doy gracias; 
Dios mío, yo te glorifico.
¡Den gracias al Señor, porque es bueno, 
porque es eterno su amor!




Epístola I de San Juan 3,1-2. 
Queridos hermanos: 
¡Miren cómo nos amó el Padre! 
Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, 
y nosotros lo somos realmente. 
Si el mundo no nos reconoce, 
es porque no lo ha reconocido a Él. 
Queridos míos, 
desde ahora somos hijos de Dios, 
y lo que seremos no se ha manifestado todavía. 
Sabemos que cuando se manifieste, 
seremos semejantes a Él, 
porque lo veremos tal cual es. 



Evangelio según San Juan 10,11-18. 
Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. 
El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. 
Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas. 
Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí 
-como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre- y doy mi vida por las ovejas. 
Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor. 
El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. 
Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre". 

«El buen pastor da la vida por las ovejas»

     «Yo soy el buen pastor». Cristo, con todo derecho, puede decir: «Yo soy». Para él nada es pasado o futuro, todo le es presente, Es lo que él mismo dice en el Apocalipsis: «Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso» (Ap 1,8). Y en el Éxodo: «Soy el que soy. Dirás a los hijos de Israel: 'El que es me ha enviado a vosotros'» (Ex 3.14).

     «Yo soy el buen pastor.» La palabra «pastor» viene de la palabra «pacer». Cristo nos apacienta cada día con su carne y con su sangre, en el sacramento del altar. Jesé, el padre de David, dijo a Samuel: «Mi hijo menor es un niño y está paciendo el rebaño» (1S 16,11).  Nuestro David, pequeño y humilde, a pacienta también a sus ovejas como un buen pastor...

     También en Isaías se lee: «Como un pastor apacienta el rebaño; su mano los reúne, lleva en brazos los corderos, cuida de las madres» (Is 40,11)... En efecto, el buen pastor, cuando conduce su rebaño a los pastos o lo saca de él, reúne a todos los corderos pequeños que todavía no pueden caminar; los toma en sus brazos, los lleva sobre su seno; lleva también a las madres, las que vana parir o las que acaban de dar a luz. Eso mismo hace Jesucristo: cada día nos alimenta con las enseñanzas del Evangelio y los sacramentos de la Iglesia. Nos reúne en sus brazos, que extendió sobre la cruz «para reunir en un solo cuerpo a los hijos de Dios dispersos» (Jn 11,52). Nos acoge en el seno de su misericordia, como una madre acoge a su hijo.


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