lunes, 28 de marzo de 2016

Jesús salió a su encuentro y les dijo: Alegraos!

Libro de los Hechos de los Apóstoles 2,14.22-33. 
El día de Pentecostés, Pedro poniéndose de pie con los Once, levantó la voz y dijo: "Hombres de Judea y todos los que habitan en Jerusalén, presten atención, porque voy a explicarles lo que ha sucedido. 
Israelitas, escuchen: A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, 
a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. 
Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él. 
En efecto, refiriéndose a él, dijo David: Veía sin cesar al Señor delante de mí, porque él está a mi derecha para que yo no vacile. 
Por eso se alegra mi corazón y mi lengua canta llena de gozo. También mi cuerpo descansará en la esperanza, 
porque tú no entregarás mi alma al Abismo, ni dejarás que tu servidor sufra la corrupción. 
Tú me has hecho conocer los caminos de la vida y me llenarás de gozo en tu presencia. 
Hermanos, permítanme decirles con toda franqueza que el patriarca David murió y fue sepultado, y su tumba se conserva entre nosotros hasta el día de hoy. 
Pero como él era profeta, sabía que Dios le había jurado que un descendiente suyo se sentaría en su trono. 
Por eso previó y anunció la resurrección del Mesías, cuando dijo que no fue entregado al Abismo ni su cuerpo sufrió la corrupción. 
A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos. 
Exaltado por el poder de Dios, él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha comunicado como ustedes ven y oyen." 



Salmo 16(15),1-2a.5.7-8.9-10.11. 
Protégeme, Dios mío, 
porque me refugio en ti.
Yo digo al Señor: 
«Señor, tú eres mi bien.»

El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz, 
¡tú decides mi suerte!
Bendeciré al Señor que me aconseja, 
¡hasta de noche me instruye mi conciencia!

Tengo siempre presente al Señor: 
él está a mi lado, nunca vacilaré.
Por eso mi corazón se alegra, 
se regocijan mis entrañas 

y todo mi ser descansa seguro:
porque no me entregarás a la Muerte 
ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro.
Me harás conocer el camino de la vida, 

saciándome de gozo en tu presencia, 

de felicidad eterna a tu derecha.





Evangelio según San Mateo 28,8-15. 
Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos. 
De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: "Alégrense". Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él. 
Y Jesús les dijo: "No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán". 
Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido. 
Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero, 
con esta consigna: "Digan así: 'Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos'. 
Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo". 
Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy. 


“Jesús salió a su encuentro y les dijo: Alegraos!”
    “Venid a ver el lugar donde pusieron al Señor” (Mt 28,6)...Venid a ver el lugar donde se redactó el acta de garantía de vuestra resurrección. Venid a ver el lugar donde la muerte fue sepultada. Venid a ver el lugar donde un cuerpo, semilla no sembrada por el hombre, ha dado multitud de fruto en espigas de inmortalidad...” ¡Id a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea; ahí me verán” (Mt 28,10). ¡Anunciad a mis discípulos los misterios que habéis contemplado.

    Esto es lo que el Señor dijo a las mujeres. Ahora todavía, en la entrada de la piscina bautismal, él está presente, invisible, cerca de los fieles, abraza a los bautizados como a amigos y hermanos...Colma sus corazones y sus almas de alegría y gozo. Limpia sus impurezas en las fuentes de la gracia. Unge con perfume del Espíritu Santo a los que han sido regenerados. El Señor se convierte en aquel que los alimenta y en alimento suyo. Procura a sus siervos el alimento espiritual. Dice a sus fieles: “Tomad y comed el pan del cielo, recibid de la fuente que nace de mi costado, donde siempre quedaréis saciados sin que se agote este manantial. Vosotros que tenéis hambre, ¡saciaos! ¡Vosotros que tenéis sed, embriagaos del vino sobrio de salvación!


sábado, 26 de marzo de 2016

Este es del día que hizo el Señor, día de alegría y de gozo

Libro de los Hechos de los Apóstoles 10,34a.37-43. 
Pedro, tomando la palabra, dijo:
"Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: 
cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. El pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él. 
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. Y ellos lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo. 
Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara, 
no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él, después de su resurrección. 
Y nos envió a predicar al pueblo, y atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos. 
Todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre". 



Salmo 118(117),1-2.16ab-17.22-23. 
¡Den gracias al Señor, porque es bueno, 
porque es eterno su amor!
Que lo diga el pueblo de Israel: 
¡es eterno su amor!

La mano del Señor es sublime,
la mano del Señor hace proezas.
No, no moriré: 
viviré para publicar lo que hizo el Señor.

La piedra que desecharon los constructores 
es ahora la piedra angular.
Esto ha sido hecho por el Señor 
y es admirable a nuestros ojos.





Carta de San Pablo a los Colosenses 3,1-4. 
Hermanos: 
Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. 
Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra. 
Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios. 
Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria. 



Evangelio según San Juan 20,1-9. 
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. 
Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". 
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. 
Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. 
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. 
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo, 
y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. 
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. 
Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos. 


“Este es del día que hizo el Señor, día de alegría y de gozo.” (Sal 117,24)

    El sol de justicia (Mal 3,20), oculto durante tres días, se levanta hoy e ilumina toda la creación. ¡Cristo permanece en el sepulcro durante tres días, él que existe desde toda la eternidad! Germina como una viña y llena de gozo al mundo entero. ¡Fijémonos en la salida del sol que no conoce ocaso, despertemos a la aurora y llenémonos del gozo de su luz!

    Cristo ha roto las puertas de infierno, los muertos se levantan como de un sueño. Cristo se levanta, él que es la resurrección de los muertos  y viene a despertar a Adán. Cristo, resurrección de todos los muertos se levanta y viene a liberar a Eva de la maldición. Cristo se levanta, él que es la resurrección y transfigura en belleza lo que no tenía aspecto atrayente (cf Is 53,3) Como de un profundo sueño, el Señor se ha despertado y ha deshecho todas las intrigas del enemigo. Resucita y colma de alegría a toda la creación. Resucita y queda vacía la prisión de los infiernos. Resucita y transforma lo corruptible en incorruptible (1Cor 15,53) Cristo resucita y establece a Adán en la incorruptibilidad, en su dignidad primera.

    Gracias a Cristo, la Iglesia viene a ser hoy un cielo nuevo, (Ap 21,1) un cielo más bello que el sol visible. El sol que vemos cada día no tiene comparación con este Sol. Como un siervo, lleno de profundo respeto hacia su amo, el sol del día se ha eclipsado ante aquel que estuvo pendiendo de la cruz (Mt 27,45) De este Sol dice el profeta: “Sobre vosotros, los que honráis mi nombre, se alzará un sol victorioso...” (Mal 3,20) Por él, Cristo, Sol de justicia, la Iglesia se transforma en cielo resplandeciente de muchas estrellas, nacidas de la piscina bautismal en una luz nueva. “Este el día que hizo el Señor, hagamos fiesta y alegrémonos en él.” (Sal 117,24) llenos de una alegría divina.


viernes, 25 de marzo de 2016

La noche que nos libera del sueño de la muerte

Libro del Exodo 14,15-31.15,1a. 
Después el Señor dijo a Moisés: "¿Por qué me invocas con esos gritos? Ordena a los israelitas que reanuden la marcha. 
Y tú, con el bastón en alto, extiende tu mano sobre el mar y divídelo en dos, para que puedan cruzarlo a pie. 
Yo voy a endurecer el corazón de los egipcios, y ellos entrarán en el mar detrás de los israelitas. Así me cubriré de gloria a expensas del Faraón y de su ejército, de sus carros y de sus guerreros. 
Los egipcios sabrán que soy el Señor, cuando yo me cubra de gloria a expensas del Faraón, de sus carros y de sus guerreros". 
El Angel de Dios, que avanzaba al frente del campamento de Israel, retrocedió hasta colocarse detrás de ellos; y la columna de nube se desplazó también de delante hacia atrás, 
interponiéndose entre el campamento egipcio y el de Israel. La nube era tenebrosa para unos, mientras que para los otros iluminaba la noche, de manera que en toda la noche no pudieron acercarse los unos a los otros. 
Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor hizo retroceder el mar con un fuerte viento del este, que sopló toda la noche y transformó el mar en tierra seca. Las aguas se abrieron, 
y los israelitas entraron a pie en el cauce del mar, mientras las aguas formaban una muralla a derecha e izquierda. 
Los egipcios los persiguieron, y toda la caballería del Faraón, sus carros y sus guerreros, entraron detrás de ellos en medio del mar. 
Cuando estaba por despuntar el alba, el Señor observó las tropas egipcias desde la columna de fuego y de nube, y sembró la confusión entre ellos. 
Además, frenó las ruedas de sus carros de guerra, haciendo que avanzaran con dificultad. Los egipcios exclamaron: "Huyamos de Israel, porque el Señor combate en favor de ellos contra Egipto". 
El Señor dijo a Moisés: "Extiende tu mano sobre el mar, para que las aguas se vuelvan contra los egipcios, sus carros y sus guerreros". 
Moisés extendió su mano sobre el mar y, al amanecer, el mar volvió a su cauce. Los egipcios ya habían emprendido la huida, pero se encontraron con las aguas, y el Señor los hundió en el mar. 
Las aguas envolvieron totalmente a los carros y a los guerreros de todo el ejército del Faraón que habían entrado en medio del mar para perseguir a los israelitas. Ni uno solo se salvó. 
Los israelitas, en cambio, fueron caminando por el cauce seco del mar, mientras las aguas formaban una muralla, a derecha e izquierda. 
Aquel día, el Señor salvó a Israel de las manos de los egipcios. Israel vio los cadáveres de los egipcios que yacían a la orilla del mar, 
y fue testigo de la hazaña que el Señor realizó contra Egipto. El pueblo temió al Señor, y creyó en él y en Moisés, su servidor. 
Entonces Moisés y los israelitas entonaron este canto en honor del Señor: 



Libro del Exodo 15,1b-2.3-4.5-6.17-18. 
«Cantaré al Señor, que se ha cubierto de gloria: 
él hundió en el mar los caballos y los carros.
El Señor es mi fuerza y mi protección, 
él me salvó. 
El es mi Dios y yo lo glorifico, 
es el Dios de mi padre y yo proclamo su grandeza.

El Señor es un guerrero, 
su nombre es "Señor".
El arrojó al mar los carros del Faraón y su ejército, 
lo mejor de sus soldados se hundió en el Mar Rojo.

El abismo los cubrió, 
cayeron como una piedra en lo profundo del mar.
Tu mano, Señor, resplandece por su fuerza, 
tu mano, Señor, aniquila al enemigo.

Tú lo llevas y lo plantas en la montaña de tu herencia, 
en el lugar que preparaste para tu morada, 
en el Santuario, Señor, que fundaron tus manos.
¡El Señor reina eternamente!»




Carta de San Pablo a los Romanos 6,3-11. 
Hermanos: 
¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? 
Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva. 
Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección. 
Comprendámoslo: nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del pecado. 
Porque el que está muerto, no debe nada al pecado. 
Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. 
Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él. 
Al morir, él murió al pecado, una vez por todas; y ahora que vive, vive para Dios. 
Así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. 



Evangelio según San Lucas 24,1-12. 
El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado. 
Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro 
y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. 
Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes. 
Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? 
No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: 
'Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día'". 
Y las mujeres recordaron sus palabras. 
Cuando regresaron del sepulcro, refirieron esto a los Once y a todos los demás. 
Eran María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, y las demás mujeres que las acompañaban. Ellas contaron todo a los Apóstoles, 
pero a ellos les pareció que deliraban y no les creyeron. 
Pedro, sin embargo, se levantó y corrió hacia el sepulcro, y al asomarse, no vio más que las sábanas. Entonces regresó lleno de admiración por lo que había sucedido. 


La noche que nos libera del sueño de la muerte

    Hermanos, vigilemos porque esta noche Cristo ha permanecido en el sepulcro. En esta noche aconteció la resurrección de su carne. En la cruz fue objeto de burlas y mofas. Hoy, los cielos y la tierra la adoran. Esta noche ya forma parte de nuestro domingo. Era necesario que Cristo resucitase durante la noche porque su resurrección ha iluminado las tinieblas...Así como nuestra fe en la resurrección de Cristo ahuyenta todo sueño, así, esta noche iluminada por nuestra vigilia se llena de luz. Nos hace estar vigilantes con la Iglesia extendida por toda la tierra, para no ser sorprendidos en la noche (cf Mc 13,33).

    En muchos pueblos reunidos en nombre de Cristo por esta fiesta tan solemne en todas partes, el sol ya se ha puesto---pero el día no declina. Las claridades del cielo han dejado lugar a las claridades de la tierra...Aquel que nos dio la gloria de su nombre (Sal 28,2) ha iluminado también esta noche. Aquel a quien decimos “tú iluminas nuestras tinieblas”(Sal 18,19) extiende su claridad en nuestra corazones. Así como nuestros ojos contemplan, deslumbrados, la luz de estas antorchas brillantes, así nuestro espíritu iluminado nos hace contemplar la luz de esta noche---- esta santa noche donde el Señor ha comenzado en su propia carne la vida que no conoce ni sueño ni muerte!


La cruz, árbol de vida

Libro de Isaías 52,13-15.53,1-12. 
Sí, mi Servidor triunfará: será exaltado y elevado a una altura muy grande. 
Así como muchos quedaron horrorizados a causa de él, porque estaba tan desfigurado que su aspecto no era el de un hombre y su apariencia no era más la de un ser humano, 
así también él asombrará a muchas naciones, y ante él los reyes cerrarán la boca, porque verán lo que nunca se les había contado y comprenderán algo que nunca habían oído. 
¿Quién creyó lo que nosotros hemos oído y a quién se le reveló el brazo del Señor? 
El creció como un retoño en su presencia, como una raíz que brota de una tierra árida, sin forma ni hermosura que atrajera nuestras miradas, sin un aspecto que pudiera agradarnos. 
Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada. 
Pero él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencia, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. 
El fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados. 
Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros. 
Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca. 
Fue detenido y juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. 
Se le dio un sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no había cometido violencia ni había engaño en su boca. 
El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento. Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él. 
A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al saberlo, quedará saciado. Mi Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos. 
Por eso le daré una parte entre los grandes y él repartirá el botín junto con los poderosos. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los culpables, siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía en favor de los culpables. 



Salmo 31(30),2.6.12-13.15-16.17.25. 
Yo me refugio en ti, Señor, 
¡que nunca me vea defraudado! 
Líbrame, por tu justicia;
Yo pongo mi vida en tus manos: 

tú me rescatarás, Señor, Dios fiel.
Soy la burla de todos mis enemigos 
y la irrisión de mis propios vecinos; 
para mis amigos soy motivo de espanto, 
los que me ven por la calle huyen de mí.
Como un muerto, he caído en el olvido, 

me he convertido en una cosa inútil.
Pero yo confío en ti, Señor, 
y te digo: «Tú eres mi Dios,
mi destino está en tus manos.» 
Líbrame del poder de mis enemigos 

y de aquellos que me persiguen.
Que brille tu rostro sobre tu servidor, 
sálvame por tu misericordia.
Sean fuertes y valerosos, 

todos los que esperan en el Señor.





Carta a los Hebreos 4,14-16.5,7-9. 
Y ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe. 
Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado. 
Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno. 
El dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. 
Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. 
De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, 



Evangelio según San Juan 18,1-40.19,1-42. 
Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos. 
Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia. 
Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas. 
Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: "¿A quién buscan?". 
Le respondieron: "A Jesús, el Nazareno". El les dijo: "Soy yo". Judas, el que lo entregaba, estaba con ellos. 
Cuando Jesús les dijo: "Soy yo", ellos retrocedieron y cayeron en tierra. 
Les preguntó nuevamente: "¿A quién buscan?". Le dijeron: "A Jesús, el Nazareno". 
Jesús repitió: "Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejEn que estos se vayan". 
Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me confiaste". 
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco. 
Jesús dijo a Simón Pedro: "Envaina tu espada. ¿ Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?". 
El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron. 
Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. 
Caifás era el que había aconsejado a los judíos: "Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo". 
Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, 
mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. 
La portera dijo entonces a Pedro: "¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?". El le respondió: "No lo soy". 
Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego.
El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. 
Jesús le respondió: "He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. 
¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho". 
Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: "¿Así respondes al Sumo Sacerdote?". 
Jesús le respondió: "Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?". 
Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás. 
Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: "¿No eres tú también uno de sus discípulos?". El lo negó y dijo: "No lo soy". 
Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: "¿Acaso no te vi con él en la huerta?". 
Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo. 
Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. 
Pilato salió a donde estaban ellos y les preguntó: "¿Qué acusación traen contra este hombre?". Ellos respondieron: 
"Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado". 
Pilato les dijo: "Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la Ley que tienen". Los judíos le dijeron: "A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie". 
Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir. 
Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?". 
Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?". 
Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?". 
Jesús respondió: "Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí". 
Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?". Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz". 
Pilato le preguntó: "¿Qué es la verdad?". Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: "Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo. 
Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?". 
Ellos comenzaron a gritar, diciendo: "¡A él no, a Barrabás!". Barrabás era un bandido. 
Pilato mandó entonces azotar a Jesús. 
Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, 
y acercándose, le decían: "¡Salud, rey de los judíos!", y lo abofeteaban. 
Pilato volvió a salir y les dijo: "Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena". 
Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: "¡Aquí tienen al hombre!". 
Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo". 
Los judíos respondieron: "Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios". 
Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. 
Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: "¿De dónde eres tú?". Pero Jesús no le respondió nada. 
Pilato le dijo: "¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?". 
Jesús le respondió: " Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave". 
Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: "Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César". 
Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado "el Empedrado", en hebreo, "Gábata". 
Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: "Aquí tienen a su rey". 
Ellos vociferaban: "¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "¿Voy a crucificar a su rey?". Los sumos sacerdotes respondieron: "No tenemos otro rey que el César". 
Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron. 
Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado "del Cráneo", en hebreo "Gólgota". 
Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. 
Pilato redactó una inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos", y la hizo poner sobre la cruz. 
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. 
Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: "No escribas: 'El rey de los judíos', sino: 'Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos'. 
Pilato respondió: "Lo escrito, escrito está". 
Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, 
se dijeron entre sí: "No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca". Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados. 
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. 
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo". 
Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa. 
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed. 
Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. 
Después de beber el vinagre, dijo Jesús: "Todo se ha cumplido". E inclinando la cabeza, entregó su espíritu. 
Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. 
Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. 
Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, 
sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. 
El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. 
Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos. 
Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron. 
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. 
Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos.
Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos. 
En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado. 
Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús. 


La cruz, árbol de vida

     Había un árbol en medio del paraíso. La serpiente se sirvió de él para engañar a nuestros primeros padres. Fijaos en esta cosa sorprendente: para abusar del hombre la serpiente recurrirá a un sentimiento inherente a su naturaleza. El Señor, al modelar al hombre puso en él, además de un conocimiento general del universo, el deseo de Dios. Desde que el demonio descubrió este ardoroso deseo, dio al hombre: «Seréis como dioses (Gn 3,5). Ahora no sois más que unos hombres y no podéis estar siempre con Dios; pero si llegáis a ser dioses, estaréis siempre con él»... Es decir, es el deseo de ser igual a Dios que sedujo a la mujer..., ella comió e indujo al hombre a hacer lo mismo... Ahora bien, después de la falta «Adán oyó la voz del Señor que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa» (Gn 3,8)... ¡Bendito sea el Dios de los santos por haber visitado a Adán hacia el atardecer! Y todavía volverlo a visitar ahora, hacia el atardecer, sobre la cruz.

     Porque es precisamente a la misma hora en la que Adán había comido que el Señor sufrió su pasión, a esas horas marcadas por la falta y el juicio, es decir, entre la hora sexta y la hora novena. A la hora sexta Adán comió según la ley de la naturaleza; seguidamente se escondió. Hacia el atardecer, Dios vino a él.

     Adán había deseado ser Dios; había deseado una cosa imposible. Cristo llenó este deseo. Le dice: «Has querido llegar a ser lo que no podías ser; pero yo deseo ser hombre, y lo puedo ser. Dios hace todo lo contrario de lo que tú has hecho dejándote seducir. Has deseado lo que estaba por encima de tu alcance; yo tomo lo que está por debajo de mi. Has deseado ser igual a Dios; yo quiero llegar a ser el igual del hombre... Has deseado llegar a ser Dios y no has podido. Yo me hago hombre  para hacer posible lo que era imposible». Sí, es precisamente para eso que Dios vino. Él mismo da testimonio de ello a  sus apóstoles: «He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros» (Lc 22,15)...Vino hacia el atardecer y dijo: «Adán ¿dónde estás?» (Gn 3,9)... El que vino a padecer es el mismo que bajó al paraíso.